Las dudas siempre están ahí, al igual que los nervios y las ganas de escapar. A los seis meses de empezar mi aventura en el Norte empecé a sentir ya el cosquilleo tan familiar que me aconseja que me marche y lo deje todo atrás. No le hice caso. En ese momento no era necesario ya que estaba viviendo una de las mejores épocas de mi vida.
Pasé todo el verano trabajando y sacrificando las compañías que más quería, invirtiendo mis esfuerzos en lo que esperaba que fuera la continuación de esa época maravillosa. Y eso es lo que tenía que ocurrir. Por primera vez sentía que resistía mi urgencia de irme con tal de conseguir lo que quería. No sabía que iba a ser como fue todo después, pero no se fue a saco roto. Los dolores de espalda, los días grises de soledad en verano y el agotamiento corporal me demostraron una fuerza que desconocía en mí. Siempre trabajando para mis placeres más inmediatos y nunca haciéndolo con miras al futuro. Parecía que incluso estaba empezando a encontrarle sentido a esas vidas que nunca comprendí, que invierten su vida presente por su vida desconocida, borrosa y futura.
Que el sistema educativo es un fraude, ya lo sabemos todos. Hablamos de ello y escribimos al respecto. No se porta bien con la gente ambiciosa, con la gente pobre, con la gente de fuera ni con la gente sensible. La autoestima que surge de no cumplir los parámetros de la educación pública es débil y ha dejado los sueños muy atrás.
Idealista no soy yo, que quiero vivir haciendo lo que más me gusta. Idealista son ellos, que te enseñan cosas pensando que sales, trabajas y vives feliz para siempre en un mundo lleno de oportunidades.
En varias conversaciones, hablando de nuestras vidas, siempre que comento que he cambiado varias veces de rumbo, el resumen y la categorización de esa actitud es: "Vamos, que no sabes lo que quieres". Me han convencido hasta la extenuación que necesito esa gran revelación de una única cosa que pueda y quiera hacer. Me han agobiado con lo que se me da bien. Me han agobiado con lo que me gusta. Me han agobiado con las normas. Y ahora, al borde de todo, de dejarlo todo atrás y seguir con ese camino que nadie entiende, me doy cuenta de que sí sé lo que quiero. Y quiero muchas cosas y sé cuándo las quiero en el momento en el que lo deseo. Sí lo sé y en base a ello me muevo. ¿Que no sé qué es lo que quiero? Después de haber cogido tantos caminos, y de haber sido tan extremadamente feliz e infeliz, creo que puedo decír que sí lo sé.
Mis ídolos se quedan atrás, porque no puedo seguir comparándome con nadie. No soy especial, ni ninguno de los que estamos aquí. Mi felicidad sí lo es, y así la de todos, y deberíamos confiar en eso que nos hace felices y nos mueve a las emociones más extremas para determinar nuestra vida presente, que es la que importa. No me preocupan ya las temporadas de tristeza, siempre y cuando les pueda otorgar un valor especial, que no puede ser de otra forma que no sea estar propiciadas por seguir mi instinto. Este es un periodo de tristeza, como otros muchos, pero es pobre y aburrido, no hay reproches, no hay escándalo ni hay drama. Así no soy yo. Así no lo quiero.
Necesito el aire en la cara, necesito ver los colores de los atardeceres y poder quedarme quince minutos sacándoles la foto que quiero. Necesito comer y dormir bien. Necesito quererme como nunca antes.
Y necesito escribir.
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