Créeme, yo también me lo pregunté muchas veces. Por qué me era tan imposible abrazar el mundo que me dabas sin poner pegas. Sin ser una niña mimada.
Tengo ahora un sentimiento profundamente egoísta que quiere que alguien vuelva a tratarme como tú y que me acaricie con palabras perfectamente colocadas en una pantalla de ordenador. Y sé que no lo habrá, porque ése eras tú y solo tú me veías así.
Llevo mucho tiempo sin escribir, y me apena saber que tú también, porque vuelvo al blog naranja sedienta de un texto que me haga querer ser la persona de la que escribes... Ya ves, pura vanidad.
No sé de qué escribir y últimamente las horas del día se esconden no sé dónde mientras las intento llenar de dibujos y pinceladas.
Y estoy teniendo la vida que siempre he querido tener en un lugar en el que nunca me hubiera imaginado tenerla. Por eso no entiendo por qué de repente me llamas a la puerta y me dices que te necesito.
Si te tuviera delante te lo negaría tres veces y luego haría algo para despistar y posiblemente encontraría sin mucho esfuerzo un lugar muy extraño en el que dormir que no fuera tu cama. Pero llamaste y te he contestado.
En esta medianoche solo me gustaría saber si es lícito llamarte y saber de tu vida, al menos para saber que sigues vagando por las calles de Malasaña en busca de chicas que te vuelvan a desordenar (un poco más) la vida. O si seguirías riéndote cuando no sabes qué decir porque no entiendes las cosas inconexas que salen de mi boca.
Pero no voy a hacerlo, ni tan siquiera a intentarlo, porque el pasado está bien donde está. Y yo estoy bien donde estoy. Y tú estuviste bien cuando estuviste, así que por lo menos quería que te quedara claro.
Besos desde el norte.
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